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jueves, 7 de agosto de 2008

PASOS RÁPIDOS No.2 : LA REVOLUCIÓN UBICACIONAL Y EL PODER CRECIENTE DEL CAPITAL

La Revolución Ubicacional y el Poder Creciente del Capital
Por : Jefrrey Winters
Colaboración : Julio Cuadros Manrique
Sostiene Jeffrey Winters que en las últimas décadas del siglo veinte comenzó un cambio social a nivel global que a largo plazo va a ser tan trascendental para la humanidad como la revolución industrial que comenzó en las últimas décadas del siglo dieciocho. En aquel tiempo como ahora los productores de bienes y servicios, las elites políticas, y los dueños de los recursos enfrentaron nuevas formas de producción. Enfrentaron fuentes de riqueza y de poder cambiantes. Winters denomina la revolución actual, “la revolución ubicacional.” Es un concepto específico que cabe al interior de aquel concepto más famoso y más general que se llama “globalización.”
Winters parte del hecho estructural y normativo que los dueños controlan los recursos de los cuales el resto de la población depende. La inversión es el momento clave para los procesos económicos (no solamente en el sentido de inversiones nuevas, sino también en el sentido de las inversiones continuas de capitales para las operaciones de las empresas). Sin inversiones no hay trabajo para los trabajadores. Sin inversiones no hay bienes y servicios para los consumidores. Sin inversiones no hay base imponible para financiar las instituciones militares y las tareas de gobierno. En fin, Winters acepta la validez del concepto de “régimen de acumulación” introducido en el capitulo anterior.
La revolución industrial ha sido pensada por una serie de pensadores como el evento clave para comprender la modernidad. El párrafo anterior sugiere, y es cierto, que para Winters la revolución industrial no puede ser el elemento clave para comprender la modernidad. Para el fue un evento (aceptamos --subentendiendo las debidas palabras de cautela-- que procesos históricos tan complejos que los que se llaman “revolución industrial” pueden ser llamados un evento, o, también en singular, un cambio o una revolución) al interior de un marco normativo estructural más general y más antiguo, a saber: aquello que prescribe que los dueños controlan los recursos de los cuales el resto de la población depende. Sin embargo, sin ser el elemento clave, la revolución industrial sí fue un elemento clave, al interior de dicho marco normativo estructural más general y más antiguo. También al interior del mismo marco más general y más antiguo, la revolución ubicacional va a ser tan clave, tan trascendental, como lo fue la revolución industrial.
La revolución ubicacional apenas comienza. Lo que identifica Winters es una dinámica, una fuerza estructural, que mueve la historia. El título de su libro es Power in Motion, el poder en movimiento. Lo fundamental de su aporte no está en su esmerada documentación empírica de lo que la revolución ubicacional ya ha hecho. Lo fundamental está en su identificación de una fuerza motriz que con el correr del tiempo va a cambiar al mundo aún más que de lo que ya ha cambiado, y en la misma dirección. Vale decir, en el sentido de fortalecer el poder del capital y debilitar el poder de los trabajadores.
A diferencia de la revolución ubicacional actual, la revolución industrial fue principalmente un fenómeno del hemisferio septentrional. Mientras la industrialización transformó el norte, el resto del mundo o fue excluido o fue relegado al papel de suministrador de materias primas. La explotación de las colonias y de las regiones periféricas permitió la acumulación de la riqueza en los centros industriales del norte. También permitió las luchas sindicales y políticas de los obreros del norte, quienes lucharon para conquistar una parte de la plusvalía y para conquistar el respeto general de sus derechos dentro de una institucionalidad jurídica constitucional que se estaba tornándose cada vez más democrática. Los obreros del norte no tuvieron que encarar la competencia directa de las multitudes de obreros de las colonias, mucho más pobres y sin ninguna esperanza de participar en el poder político. Las colonias y los colonizadores conformaron un solo mundo, y sin embargo vivieron en cierto modo aislados los unos de los otros.
En la época de las luchas sindicales en el norte, desde los comienzos de la revolución industrial hasta las primeras décadas posteriores a la segunda guerra mundial, el capital sí fue movible. Durante siglos el capital había circulado en grandes cantidades sobre largas distancias. Pero la forma de su circulación fue distinta de la forma asumida en las últimas décadas del siglo veinte. El capital comercial y financiero circuló a nivel global, pero la inversión directa en las fábricas y plantas quedó concentrada en Europa y Norteamérica. Tan solo en la última mitad del siglo veinte, y especialmente en sus últimas décadas, la ubicación de la producción llegó a ser determinada por la competencia mundial. Todas las ubicaciones comenzaron a competir para atraer inversiones.
Para los obreros de los países industrializados la fiesta se acabó (si se puede llamar “fiesta” su larga, dura, y amarga lucha contra los dueños de los recursos). Aunque todavía no está claro si las fuerzas progresistas van a encontrar nuevos caminos, que van a conducir a revertir las tendencias actuales, está claro que si continúan por varias décadas más las tendencias actuales los trabajadores de Europa y de Norteamérica van a seguir perdiendo poder y van a seguir perdiendo ingresos en términos reales. Se puede esperar una nivelación hacia los niveles típicos del tercer mundo.
Sin embargo, lo que han perdido los obreros del primer mundo, no lo han ganado los obreros del tercer mundo. Al contrario, cuando el mercado global determina el precio del trabajo, su precio tiende a caer en todas partes. Destaca Winters que los inversionistas han podido sacar provecho de la competencia entre diversos grupos de trabajadores. Han podido aprovecharse de la represión política y de la debilidad económica de los obreros de algunas partes del mundo, para socavar a los que antaño fueron relativamente fuertes, en otras partes del mundo. El resultado ha sido una ventaja neta para los inversionistas, incrementando el poder del capital, y debilitando el poder obrero. Una razón adicional, aunque no la razón fundamental, por la que dicha ventaja neta probablemente va a mantenerse, es que las elites políticas de los países del tercer mundo suelen fundamentar una supuesta necesidad permanente de sueldos bajos, con la necesidad permanente de atraer inversiones.
En la época actual los gobiernos forzosamente tienen que hacer lo posible para que la inversión se realice en su territorio y no en otro territorio. En el caso de Rosario la ciudad tiene que luchar para posicionarse para beneficiarse de la integración regional en el MERCOSUR y de la mayor integración regional con Paraguay y con todos los territorios río arriba a producirse por la proyectada ampliación de la navegación del Río Paraná. No tiene opción. Puede ganar o puede perder, pero tiene que jugar. Toda la capacidad del gobierno como proveedor de infraestructura y de servicios gubernamentales eficientes está en juego en semejantes competencias, típicas de la época que vivimos. Sin embargo, por muy exitosas que sean las gestiones para posicionar Rosario en la región y en el mundo, sigue siendo un desafió básico lograr que las mayorías y no tan solo las minorías saquen provecho de semejantes oportunidades de la coyuntura.
Es cierto que algunos países, notablemente China y la India, han sacado cierto provecho de su “ventaja comparativa” por ser suministradores de mano de obra barata de buena calidad al mercado mundial. Por lo menos han registrado elevados niveles de crecimiento de PNB, aunque sigue siendo tema de debate entre los especialistas si los pobres de aquellos países se han beneficiado. (Richards y Swanger 2006(b)) (Escribo “ventaja comparativa” entre comillas porque creo que es un concepto tramposo.) (Richards 2000) Sean lo que sean los juicios que merecen las experiencias asiáticas, su experiencia es de escasa relevancia para Argentina, donde los sueldos siguen siendo de un nivel intermedio, ni a un nivel europeo ni a un nivel asiático. Siguen siendo entre 5 y 10 veces mayores que los sueldos en los países que se destacan como proveedores mundiales de mano de obra barata.
Las conclusiones de Winters se apoyan con su estudio empírico sobre las relaciones entre el gobierno y el capital en Indonesia. Suplementa sus datos sobre Indonesia con datos de otros países. Winters ha podido mostrar que mientras más móvil sea el capital, menor es el poder del gobierno. Mientras menos móvil es el capital, mayor es el poder del gobierno.
Los gobiernos nacionales y subnacionales, sean autoritarios o democráticos, son más indefensos frente al capital líquido y fácilmente movible, como los fondos que hoy en día hacen la vuelta de mundo en forma electrónica en menos de un segundo. Haciendo eco de esta tesis de Winters, a la luz de la necesidad de promover la gobernabilidad de la economía mundial, muchos especialistas han venido abogando lo que se llama un impuesto Tobin. El impuesto Tobin sería una medida internacional, a través de la ONU u otro organismo global, gravando el flujo del capital de un país a otro. El monto sería un porcentaje pequeño, suficiente para disminuir la velocidad del capital golondrino que vuela por fines especulativos, sin ser de un nivel que estorbaría los flujos de capital para fines productivos y comerciales. (Michalos 1997) El movimiento en pro del impuesto Tobin, no ofrece, evidentemente, la solución completa del problema que plantea Winters, puesto que Winters sostiene que la revolución ubicacional perjudica a los trabajadores precisamente por la movilidad de la producción. Sin embargo, el movimiento en pro del impuesto Tobin triangula uno de los hallazgos de Winters, el hallazgo que el capital más movible es el capital menos gobernable
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