
La Bolsa de Nueva York cayó el 7 por ciento . Aunque finalmente el paquete de rescate financiero fue aprobado por el Congreso de Estados Unidos, los mercados siguen .
Si la arena del circo romano fue testigo de la sangre que derramaron los gladiadores para divertir al pueblo, las calles de Wall Street son ahora testigo de la codicia de los banqueros y grandes ejecutivos que jugaron con la plata del público. Y en menos de 15 días el mundo cambió. Mientras Colombia estaba conmovida por el vil asesinato de Santiago, un indefenso bebé de 11 meses cuya muerte fue ordenada por su propio padre, en el planeta los grandes líderes del mundo se movilizaban para evitar la peor catástrofe económica desde 1929. Firmas globales, aseguradoras y prestigiosos bancos que se consideraban intocables e indestronables, como Lehman Brothers, AIG y Morgan Stanley, empezaron a caer como castillos de naipes. De la noche a la mañana, en el corazón de Nueva York -el templo de la globalización y el capitalismo financiero- empezó a deambular el fantasma del socialismo: el Estado empezó a meterles plata a los bancos y a nacionalizarlos para evitar un efecto dominó que podía llevarse por delante literalmente a todo el mundo: el puesto de un empleado en Londres, la jubilación de un funcionario en Argentina, el seguro de vida de un padre de familia en Australia, parte del dinero de las pensiones de los trabajadores en los fondos privados de Colombia y hasta algo de las reservas internacionales del Banco de la República. Viendo el tsunami que se venía, los presidentes del Primer Mundo empezaron a ver cómo defendían del desastre a cada uno de sus países. Nicolas Sarkozy propuso un fondo de ayuda para toda la Unión Europea, idea que fue rechazada por Alemania. El primer ministro británico, Gordon Brown tuvo que meter plata para rescatar el Banco Bradford & Bingley. Lo mismo sucedió en Bélgica, Holanda y Luxemburgo, con el Banco Fortis; en Alemania, con Hypo Real Estate, y hasta en Islandia, cerca del mismo Polo Norte, se quebraba el tercer banco más importante de ese país.
El EX Primer ministro ruso, Vladimir Putin, reunió a su gabinete y cuestionó duramente el liderazgo, según él, antiético de Estados Unidos después de prestarle 1,1 trillones de rublos a sus bancos. Todos querían evitar lo peor: el pánico de la gente sacando la plata de sus cuentas y haciendo

Lo que no se puede negar es que el capitalismo es hasta ahora el modelo que más riqueza genera. Y dentro del capitalismo, los últimos 20 años de desregulación y liberalismo financiero han generado aun más riqueza. Como bien dice la revista The Economist: "Las finanzas son el cerebro de la economía. Y con todos sus excesos, asigna los recursos donde son más productivos". Bien lo pueden decir los banqueros de inversión en cuyo reinado de dos décadas se han hecho los más grandes negocios de la historia. Y, sin duda, se generó gran riqueza y se estimuló la productividad. Pero quedó en muy pocas manos -no hubo 'goteo'- y esta desbordada innovación financiera aprovechó los callejones oscuros que no tenían los reflectores del Estado para especular con la plata de la gente -sin su conocimiento, por supuesto-, hasta que la burbuja se reventó. Frente a este escenario viene una era en la cual el Estado va a desempeñar un papel más importante en el espeso follaje de las finanzas internacionales. Y tiene un papel esencial: darle más trasparencia al mercado. Poner reglas cuando se juega con la plata del público. Algo que parece tan obvio había quedado enterrado en el paradigma neoliberal del laissez faire, laissez passer tan en boga en los últimos lustros.Para algunos, como el ex ministro de Hacienda José Antonio Ocampo, esta crisis representa el fin de los fundamentalistas que creen que el libre mercado es la solución a todo (ver entrevista). Otros, como la revista alemana Der Spiegel, dicen que es el ocaso del dominio de Estados Unidos en la economía mundial que, más que un coloso, era una bola de nieve esperando a ser desencadenada. En últimas, dice el medio europeo, "los norteamericanos están pagando el precio por su orgullo". Y el símbolo de esa arrogancia es el Presidente George Walker Bush, quien con sus mentiras -justificó la invasión a Irak por unas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron- y su desprecio por el respeto a los derechos humanos -defendió la cárcel de Guantánamo y las torturas en Abu Graib-, dio al traste con la imagen de Estados Unidos.La fracasada guerra en Irak -después de cinco años aún hay más 140.000 tropas norteamericanas en ese país- y las políticas unilaterales de Bush han dejado a Estados Unidos con pocos aliados de peso y con un liderazgo cuestionado. Este vacío de poder ha sido aprovechado por países como la Rusia de Putin, que en un abrir y cerrar de ojos invadió a un vecino -Georgia- y se quedó con parte del territorio; una acción que en otras épocas no hubiera sido posible adelantar sin un costo demasiado alto para Moscú. Ahora el oso ruso amenaza a Ucrania y otras repúblicas, y Washington sólo emite comunicados de condena. Como la Asamblea General de las Naciones Unidas.Como si fuera poco, la supremacía económica norteamericana se ve desafiada por las nuevas potencias emergentes: China, India y Brasil. China, en particular, aún celebra su exitosa presentación en sociedad en los Olímpicos y su crecimiento a un ritmo desenfrenado. No obstante, según The Economist, ningún país perdería más con un colapso de la economía norteamericana que China. Durante sus casi ocho años en la Casa Blanca, Bush involucró a Estados Unidos en dos costosas e interminables guerras -Irak y Afganistán- y con sus políticas ayudó a generar la crisis económica, que deberá ser financiada por los contribuyentes norteamericanos. Un legado que afectará sobremanera la capacidad de proyectar fuerza del próximo presidente de Estado Unidos, Barack Obama . En otras palabras, Bush entregará a su sucesor a un país debilitado internacionalmente, tanto en lo político como en lo económico.Este año se cumple el aniversario número 160 del manifiesto comunista escrito por Carlos Marx. Quizá por esa coincidencia onomástica más de uno está pronosticando erróneamente el fin del capitalismo. El que sí parece ser un hecho es el fin del capitalismo salvaje, del neoliberalismo que le da rienda suelta al mercado y desprecia al Estado. Y, aunque el fantasma del socialismo recorrió temporalmente las calles de Wall Street, no hay que olvidar, parafraseando a Winston Churchill, que el capitalismo puede no ser el mejor sistema económico con excepción de todos los anteriormente probados.
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