»Sin elecciones generales, una prensa no cohibida, la libertad de asociación y la libre lucha de las opiniones, la vida de toda institución pública desaparece, se convierte en una vida ficticia en la que la burocracia se mantiene como el único elemento activo. La vida pública comienza a adormecerse, unas docenas de líderes de partido, de energías inagotables e idealismos sin límites, dirigen y gobiernan, debajo de ellos hay una docena de cabezas sobresalientes que dirigen de verdad y una élite de obreros, convocada de vez en cuando a las asambleas, para aplaudir los discursos de los líderes, aprobar en forma unánime las resoluciones presentadas, es decir, en el fondo, una sociedad de camarillas – de hecho una dictadura, aunque no la dictadura del proletariado, sino la dictadura de un puñado de políticos - una dictadura en el sentido burgués puro, en el sentido del dominio de los jacobinos …. Se trata de una ley predominante, objetiva, una ley a la que ningún partido político podrá escapar«.
Rosa Luxemburgo
Para Rosa Luxemburgo, la política tradicional en una época de dominio burgués era asunto de políticos profesionales que actuaban exclusivamente en el interés de una parte de la sociedad con el fin de obtener y asegurarle privilegios económicos y culturales. Según la opinión de Rosa Luxemburgo, tanto del SPD (partido socialdemócrata alemán- nota de la trad.) de orientación reformista-parlamentaria, como los bolcheviques, de tendencia revolucionaria-dictatorial, se habían estancado en esta tradición política burguesa: ninguno de ellos se identificaron como parte de los desfavorecidos, sino más bien como sus representantes.
Para Rosa Luxemburgo, el socialismo no era un servicio para los demás o el regalo de un partido político a
los oprimidos y explotados. En su opinión, la política socialista y el socialismo debían surgir del movimiento conjunto, voluntario y consciente, de todos los desfavorecidos. En 1904 escribió que este movimiento fue »el primero en la historia de las sociedades de clases en ser concebido en todas sus fases, en todo su desarrollo, en función de la organización y la acción independiente y directa de la masa«. Aceptaba a los políticos profesionales y los partidos políticos apenas como la parte del movimiento que estaba a cargo de la organización y la formación política.
Con la creciente agresividad del militarismo alemán, así como las guerras por una nueva repartición del mundo y, sobre todo, la Guerra Mundial que estalló en 1914, la cuestión de la paz adquirió un peso especial. Para Rosa Luxemburgo, la sociedad socialista a la que se aspiraba era profundamente pacífica. La concebía como una forma de convivencia humana en la cual se debían eliminar todas las causas de la guerra y de la barbarie. Fue también su anhelo profundo de paz el que motivó a Rosa Luxemburgo a luchar por el socialismo con toda su pasión.
Rosa Luxemburgo no tuvo la intención de emplear la fuerza física contra los elementos opresores y explotadores:
»La revolución proletaria no requiere de terror para lograr sus objetivos; odia y repudia el asesinato. No precisa de estos instrumentos de lucha porque no lucha contra individuos sino contra instituciones, porque no entra al combate con ilusiones ingenuas cuya frustración tendría que vengar con sangre. No es un intento desesperado de una minoría de moldear el mundo a su ideal mediante la violencia, sino la acción de la gran masa del pueblo...«.
Al igual que Marx, entendía la »reestructuración social« como un derrocamiento de todas las condiciones »en las cuales el ser humano es un ser humillado, subyugado, abandonado, despreciado«. Quería lograr esta reestructuración social mediante una lucha permanente por la hegemonía, con cuya ayuda esperaba lograr un desplazamiento sostenible de las relaciones de poder dentro de la sociedad. De esta manera pensaba no sólo alcanzar la expropiación de los expropiadores, sino dejar infértil para siempre el terreno social para la explotación y opresión. Consideraba que esta era la vía adecuada para superar el capitalismo. Rechazaba todo acto de terror contra los dueños del capital y, en vez de ello, abogaba a favor de un socialismo sostenido por la mayoría de los desfavorecidos, un socialismo desde el cual el nuevo surgimiento del capitalismo no resultara atrayente.
Para Rosa Luxemburgo, la lucha por la hegemonía era una lucha permanente para conseguir la aprobación y el apoyo de mayorías cualificadas. Esta fue una de las razones por las cuales para ella la libertad y la democracia no eran un lujo otorgado o negado a discreción de los políticos socialistas, sino la condición de toda política socialista:
»La libertad únicamente para los seguidores del Gobierno, únicamente para los miembros del partido – por numerosos que sean – no es libertad. La libertad es siempre la libertad de los disidentes. No por un fanatismo de ›justicia‹, sino porque todo lo que la libertad política tiene de vital, benéfica y purificadora depende de esta característica y deja de tener efecto si la ›libertad‹ se convierte en privilegio«.
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