ESCUELITAS
DE LADRONES
Por
Jorge Rendón Vásquez
Desde que las prisiones fueron creadas, sus huéspedes más
baquianos y visionarios establecieron en ellas las primeras escuelas de
formación profesional.
Mucho tiempo después, Barrabás, el avezado ladrón y asesino
a quien el populacho hizo perdonar la vida en lugar de Cristo, egresó de una de
esas escuelas, al parecer con altas notas, según se infiere del relato de Pär Lajerkvist,
el novelista sueco.
En la larga noche de la historia que fue la Edad Media,
los ladrones conformaron también una corporación y, como acontecía en las
demás, fueron muy rigurosos con la formación de sus pupilos a los que, para
graduarse, exigían la “obra maestra”, que consistía en una sustracción
sensacional a algún noble o comerciante. No se metían con la Iglesia, de la que
todos eran sumisos y practicantes fieles, aunque adoraran en secreto a su
patrono, el dios de la mitología griega Caco.
La “Corte de los Milagros” de Paris, de fines del siglo
XV, de la que da cuenta Victor Hugo en su inmortal novela El jorobado de Notre Dame, era un abigarrado amontonamiento de
casuchas levantadas a un lado del gran mercado, al que Zola llamaría “El
vientre de Paris”, desaparecido hace cincuenta años para erigir en su lugar una
ciudadela de tiendas y hermosos paseos (como todo en la Ciudad Luz). Esa Corte
era nada más que un tribunal de justicia y jurado constituido por los ladrones
y asesinos de mayor renombre. Una de sus funciones consistía en supervigilar la
formación de los aprendices de choros. A los chapuceros los sometían a feroces castigos,
puesto que un ladrón descubierto podía encaminar a los alguaciles hacia otros y
llevarlos a todos a la horca.
La tradición de la formación de ladrones ha continuado y
se ha perfeccionado. Las víctimas del timo son, por lo general, personas
privadas. No hay prisión en la que no exista una escuela con tal cometido. Las
hay en los países más altamente desarrollados (Sing Sing, Alcatraz, La Santé,
Carabanchel, etc.), de alto nivel, como también en los países de menor
desarrollo. Es posible que en todas se exija el pago de pensiones de enseñanza,
como en cualquier otro centro educativo privado.
Lo realmente novedoso es la creación de estas escuelitas
de ladrones en el Perú, en ciertas universidades y academias de algunos
partidos políticos, para desvalijar al Estado y usufructuar de los poderes de
éste en sus relaciones con los particulares, actividades que demandan ciertas
técnicas que se tornan más sofisticadas a medida que se asciende en la
jerarquía de la administración. En las universidades, su rango es, por lo
general, el de las maestrías, gozan de valor oficial y sus profesores son ex
funcionarios de alto nivel político o administrativo, cuya fortuna personal de
origen desconocido acredita su dominio de las asignaturas a su cargo.
Modernidad obliga.
El Estado se ha convertido en un sujeto pasivo del
latrocinio especializado desde que la configuración de sus órganos y su
funcionamiento pasó a ser una prerrogativa de los ciudadanos. Antes de que esto
ocurriera, el patrimonio del Estado era parte del patrimonio de reyes y nobles
del que podían disponer a voluntad. Un robo al Estado era una agresión personal
al rey o al señor feudal, sancionada, por lo general, con la pena de muerte. Al
advenir la noción del Estado como asociación conformada por todos los
ciudadanos investidos de igualdad ante la ley, la posibilidad de robar los
caudales públicos requirió el ingreso previo de los ladrones a los órganos
administrativos encargados de la gestión de los servicios públicos. Ese acceso
puede producirse por elección, golpe de Estado o por nombramiento. Como la
elección ha sido reservada a los partidos y otros grupos políticos, quienes se
proponen timar al Estado tienen que constituir esas agrupaciones, infiltrarse
en ellas o pagar para conformar sus listas de candidatos. El golpe de Estado
abrevia el camino al poder y a la administración pública y silencia las
críticas. El nombramiento puede lograrse negociándolo con el funcionario dotado
del poder de hacerlo, incluso al interior de los partidos políticos. En el quinquenio
de gobierno pasado, advertí, leyendo el diario oficial, que en los ministerios
ciertos funcionarios sólo duraban en sus cargos unos tres meses. La única
explicación de tan acelerado cambio fue que en las células de su partido,
correspondientes a cada entidad pública, los militantes interesados hacían cola
para acceder a los cargos y que, a pesar de las listas de espera, había también
odiosas preferencias. Todos dejaban, sin embargo, algo para la finca.
En los programas de enseñanza de las escuelitas de
ladrones figuran cursos que, con una u otra denominación, presentan un
contenido similar, y pueden catalogarse según los pasos del quehacer delictivo:
selección de la entidad, la modalidad de acción y los personajes sobre los que
se deberá trabajar; preparación del terreno; ejecución del plan; y retirada borrando
las huellas.
El manejo del presupuesto es una asignatura fundamental
para quien quiera timar al Estado. El programa de estudios comprende desde la
proyección de las partidas con la provisión suficiente hasta su utilización. La
habilidad consiste en disfrazar el destino del gasto. Uno de los capítulos más
importantes es la manera de controlar las direcciones de planificación y
contabilidad.
La adquisición de bienes y servicios por el Estado, por
licitación pública, concurso de precios y adjudicación directa es otra
asignatura esencial. Se enseña, sobre todo, el uso de los vacíos de la ley y
los reglamentos y a evaluar la solidez de la complicidad y el quantum de las
ofertas de los terceros interesados. Una situación similar acaece cuando es el
Estado el vendedor de sus bienes.
El otorgamiento de concesiones, licencias, permisos y
otras autorizaciones y los contratos del Estado con los particulares implican conocimientos
de contabilidad y derecho. Se hace hincapié en la manera de detectar y absorber
la comisión invisible que las empresas destinan a los funcionarios del Estado
encargados de dictar las disposiciones correspondientes. Un ex Presidente de la
República, de volumen y locuacidad comparables a las del emperador romano
Heliogábalo, acuñó como axioma de la función pública la expresión “la plata llega
sola”, que se ha hecho célebre, por su elocuente sinceridad y objetividad didáctica.
Se la enseña con ejemplos prácticos.
Otros cursos de técnica de gestión son: la venta de
comisiones de servicio, nombramientos y contratos de personal; la venta de
indultos; y la infiltración de los órganos del Estado encargados del control y
la sanción de los delitos contra el Estado.
La gobernabilidad ha sido instituida como una materia de
teoría política. Este término fue creado por la Comisión Trilateral constituida
en julio de 1973 por el Chase Manhattan Bank y los epígonos del neoliberalismo
para significar la manera como los gobiernos de los países en vías de
desarrollo deben apaciguar la protesta social, combinando fórmulas de
asistencialismo y represión a palo y bala. Lo introdujo en el Perú, a comienzos
de la década pasada, el entonces candidato a la Presidencia de la República,
Alejandro Toledo, y se generalizó tanto que hasta la llamada izquierda peruana
lo emplea. En este curso se abunda en proyecciones.
Los postulantes a esas escuelitas se agolpan ante las
oficinas de inscripción. Todos saben que lo que importa es estar adentro y
mostrar obsecuencia y dedicación para hacerse notar. No interesa la aprobación
de los cursos, ni redactar la tesis que, al parecer, no son obligatorias. La
recompensa a los alumnos más confiables es su incorporación a la función
pública, si el partido político animador de la escuelita llega al control de
algún órgano del Estado o de alguna otra institución: colegios profesionales,
universidades, asociaciones, clubes, etc. donde ingrese dinero.
(20/5/2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario